La familia Altare era originaria de la ciudad de Dogliani antes de comprar la finca de la Morra. Por aquel entonces, la finca contaba con 5 hectáreas de viñedos de nebbiolo, barbera y dolcetto, además de algunos melocotoneros, avellanos y manzanos. Eran tiempos en los que los huertos daban mayores rendimientos y más beneficios que los viñedos.
Elio Altare, junto con otros amigos, decidió aprender más sobre la viticultura viajando más allá de las fronteras del Piamonte, intentando aprender del éxito que tenían otras regiones. Su primer viaje a Borgoña, en enero de 1976, fue una revelación, y cuando Elio volvió a casa sabía que había que hacer grandes cambios. No tuvo miedo: cogió una motosierra como si fuera una espada, y primero cortó los árboles frutales del huerto, luego troceó los grandes y viejos depósitos de madera de la bodega para convertirlos en leña. De este modo, hizo sitio para su primera barrica nueva.
Las decisiones de Elio marcaron un cambio de rumbo radical y dieron una interpretación diferente al vino de la familia, favoreciendo la elegancia, la finura y el equilibrio, siguiendo un régimen estricto en los viñedos y adoptando nuevas técnicas de vinificación y envejecimiento en la bodega.
En la actualidad, la explotación sigue siendo gestionada por la familia. En 2003, Silvia -la hija mayor de Elio- comenzó a trabajar a su lado, mientras que Elena, su hija menor, se trasladó a Alemania, donde dirige una empresa de importación de vinos. Hasta hoy cultivan unas 10 hectáreas con una producción media de 70.000 botellas.
